Dir: Carrera 5 No. 8-872 - Vía Santo Tomás

La arbitrariedad como escuela

Por: Lic. Halber Lara Marín

         Docente de Filosofía.

Un nuevo círculo de intelectuales ha llamado a este tiempo la ÉPOCA POSMODERNA, pero pareciera que fuera una simple imaginación mental de aquellos que piensan con el corazón y no con la razón, toda vez que al mirar la realidad colombiana no vemos ni un atisbo de lo que los europeos piensan de los tiempos contemporáneos. Un griego llamado Ptolomeo vio el sol girando alrededor de la tierra, los hindúes vieron unos elefantes cargando el planeta tierra, un polaco en el renacimiento conjeturó que la tierra gira alrededor del sol, pero hoy vemos un mismo planeta en diferentes dimensiones, como si fuéramos múltiples mundos en uno solo.

Desde las revoluciones sociales que se gestaron en Europa en el siglo XVII y XVIII hasta nuestros tiempos, el deseo de una sociedad más democrática se ha ido imponiendo en el mundo occidental, como oposición al mundo de los privilegios, castas y arbitrariedades de la arquitectura social medieval. Y esa aspiración de un mundo más democrático, que va agarrada de la mano del desarrollo del capitalismo, ha conducido que muchos aspectos de la vida humana entren en la onda de la democratización y de la supresión de lo arbitrario en lo cotidiano. En efecto, hoy se ven integrados nuevos sujetos de derechos como las mujeres, el grupo LGBTI, grupos religiosos, comunidades étnicas minoritarias, movimientos de obreros; además de una nueva institucionalidad que busca propender por la regulación del poder y la buena marcha del sistema.

En este orden de ideas, la democracia liberal ordenó el poder del estado en tres ramas: judicial, legislativa y ejecutiva. Con la finalidad de evitar arbitrariedades en los que detentan el poder, el equilibrio y los contrapesos se hacen necesarios en el orden democrático. Sin embargo, son recurrentes en la república de Colombia las continuas quejas del que ejerce el derecho a disentir, de la no existencia de garantías para el disfrute de sus derechos y la arbitrariedad en las formas de decisión.  Aun en lo más cotidiano e íntimo de lo humano, la arbitrariedad como norma se sigue imponiendo, aunada principalmente, por el machismo que anula el papel de la mujer en casa, la homofobia enmascarada en la forma de mirar lo distinto, la discriminación laboral no solo por raza o condición económica, sino por mantener los privilegios de unos en detrimento de otros.

Hoy entendemos la arbitrariedad como lo contrario al orden democrático y del equilibrio de poderes, además que lo arbitrario es el actuar al margen de la ley. En este sentido, lo arbitrario es transversal a la vida diaria del colombiano, esto es palpable en el comportamiento no solo de funcionarios públicos inescrupulosos, sino también del ciudadano común y corriente. Solo miremos los abusos de poder y el despotismo en el manejo de las relaciones laborales, así como las fallidas relaciones fortuitas que explotan por el abuso emocional, sexual y mental con que el conyugue subyuga a su pareja. Los medios de comunicación a diario nos muestran el triste final de las relaciones sentimentales basadas en el abuso, así también el desenlace fatídico de las sociedades convulsionadas por la arbitrariedad de sus gobernantes.

Ahora bien, lo más paradójico es que la que está llamada a transformar este estado de cosas es la escuela, como institución social e hija predilecta de la modernidad. Sin embargo, la realidad evidencia que la escuela es una reproductora de las relaciones arbitrarias, toda vez que el educador como hijo de su tiempo no rompe con las estructuras de la tradición, sino que las expande en el aula de clase. Un rasgo de esta situación es el autoritarismo de quienes ostentan rectorías, coordinaciones y aun puestos administrativos en el sector educativo, ya que son ellos los garantes de la ley y la normatividad democrática de una escuela, pero en algunas ocasiones el despotismo y el abuso en sus funciones soslayan el sentido de la escuela. Por ejemplo, la organización de la vida escolar tiene unos estamentos institucionales que regulan las relaciones sociales, laborales, disciplinarias y académicas dentro de los planteles educativos. Entre ellas están: el consejo académico, el consejo directivo, el consejo de padres de familia, el comité de convivencia, los comités de evaluación y promoción; cuando estos entes no se les da operatividad, uno de los miembros de la vida escolar, llámese rector o coordinador puede llegar a usurpar sus funciones, inhibiendo de esta forma la vida democrática escolar y patrocinando arbitrariedades. Además, la arbitrariedad ha hecho carrera hasta en los planes de estudio y planeadores de clase, cuando el mentor de los educandos prefiere enseñar lo que le gusta y no que necesitan saber los estudiantes.

Una de las razones por las cuales algunas Instituciones Educativas en Colombia, no logran mejorar su calidad educativa y el resultado de las pruebas externas es por la desarticulación permanente de la vida escolar, que sufren cuando las arbitrariedades internas anulan la autonomía escolar de sus estamentos, así como la promoción del sesgo y el privilegio por encima del mérito educativo. Por otro lado, si nos vamos por el lado estrictamente pedagógico, la escogencia de un solo modelo pedagógico para la escuela y de ciertas metodologías de estudio, es una muestra palmaria de la arbitrariedad en la enseñanza, ya que se enseñan unas cosas y otras no. El sociólogo francés Pierre Bourdieu en su célebre libro, LA REPRODUCCION (Elementos para una teoría del sistema de enseñanza), sostiene que las sociedades divididas en clases sociales mantienen un grado de arbitrariedad mayor, puesto que disfrazan los contenidos de enseñanza como universales y necesarios, cuando en realidad son un modelo entre un conjunto de estrategias posibles.

En fin, la arbitrariedad ha hecho una escuela muy fructífera en Colombia, como árbol frondoso ha echado muchas raíces en el ethos nacional. Frente a ello, la docencia cobra la mayor importancia, pues puede ser el agente que inicie el cambio de mentalidad en nuestro país. Pero como lo mostré anteriormente, para que esto se dé hay que volver al postulado tres de las “Tesis sobre Feuerbach” de Carlos Marx, que dice: “La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado”. Esta máxima filosófica no ha perdido vigencia, porque comprobamos que el educador necesita ser transformado en este siglo XXI, condición necesaria de un nuevo redireccionamiento de la vida escolar y de un sistema educativo anti-arbitrario.